sábado, 29 de enero de 2011

De inquietos y galaxias

I

Busqué por toda la casa los arcanos que me devolvieran la antigua magia que creí habitada por onomatopéyicas alondras de un desierto eléctrico. Busqué algún indicio del antiguo fulgor dulce de una mañana amarilla, pero en el cambio, en lo alto de mi almohada, sólo había canciones repitiéndose tras una dulce flauta oxidada.

De inquietos y galaxias estaba sentado sobre la mesa que poseía en medio de la calle; ya nadie pasaba por allí a pesar de los excesos que la luz ahí cometía. Me senté con soltura en el asfalto y resbalé un poco de la silla que estaba aguada por un faro que oscilaba entre el sueño y las lágrimas del no querer dormirse. Encendí el libro con mis anteojos sin brillo y escudriñé las imprecisiones irregulares de la ausencia de la lógica entre dos devaneos intracrepusculares que se eliminaban de las nubes a la vez que daban un salto y se recreaban en el siguiente vuelo con otro nombre.

El libro narraba azarosas cosas en el café de los limbos, donde solo servían chocolate todo el día mientras dos personas se amontonaban de paquidérmicas falacias invisibles que denostaban el cuadrúpedo andar del resto de las cosas sin el toque de ellos. Dos personas de espaldas hablaban cada una a un punto cardinal a la vez y nunca al mismo los dos y a veces las voces eran llevadas por pájaros a través de todos los hemisferios, dando la vuelta total al mundo.

Ella dijo una vez
“El chocolate nos atraviesa, el café confunde la infancia con una adultez que solo termina al acabar la escuela”

Y luego anduvieron cada uno su lado, solo compartiendo un hilo celeste, invisible, que los seguía a ambos y en realidad los ataba pero no los ataba ya que era infinito y era un simple hilo para reencontrarse cada vez en medio de su extensión..

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