viernes, 31 de diciembre de 2010

Hacia el aire

Algo se alza al cielo
hecho de los furibundos matices del color
incandesciendo el aire, atropellando dulcemente átomos
como en un abrazo prolongado de eras,
algo asciende
como una plegaria ingenua llena de amarillo
y el verde de la voz.

Algo asciende llevando las cintas
de todos nuestros nombres
los que ondearán entre las galaxias
que nunca se nos escapan
porque siempre tenemos los ojos
dulces de recién despertar.

Algo asciende en todo el espectro de alucinaciones
que podamos tener,
algo asciende
entre tu boca y la mía;
algo asciende
entre tu plegaria y mi sueño;
algo asciende
entre los seres y las vidas
que se enmarcan las siluetas
en la vigilia blanca
de sobrevivir los designios celestes.

Guerra

Hubo una vez una guerra
en donde en medio de la sangre
y el sonido incesante de los asesinos
se enmudecieron
porque nadie moría
y entonces
se quedaban en la inmensidad del cielo
con innecesarios objetos
más allá de sus tibios cuerpos hambrientos,
en el verde en todos sus matices
preguntándose
de qué servía
quemar los metales
pudiendo hacer hermosas coronas.

Nochedía

El simple placer de atarse
por el exceso de la desatadura
en el borde de la nochedía.

El simple exceso de lamentarse
por la escucha del hilo
amarrando lo que queda
en la nochedía del borde.

¡Ah, de las oscuras voces que antes nos complacían
para quedarse ahora en el gris de los nadas
y las simples posibilidades
que le damos a la muerte y a sus máscaras
para reír, sonoros, en el borde de todo
de todo lo que queremos tocar
y no nos atrevemos!

Calles

Las calles solo tienen un sentido
y no hay giros posibles
en las dos dimensiones
de las palabras que se repiten
inentendidas
por todo el gris opaco
que el sol no se atreve a tocar.

Salí a caminar por la calle que yo me sé
salí y encontré un cementerio de perros a cada lado
y una alquimia de forenses en círculos
que exorcizaban la llegada de un mesías
del que nada se sabía.

El sol no se atreve en las gabardinas negras
aunque sus rayos se le rebelen
el sol no mira y se pone sus gafas
de deuterio incandescente
obviando las asperezas de lo oscuro
que le repugna el simiente.

La calle que yo me sabía la perdí en una página cualquiera
del libro de arena que nunca acabé
por la magnánima empresa que un solo hombre no;
algo cambió en el trazado del cielo
algo me amarró las cosas amadas
y las llevó al rincón sucio
y ahí las escondieron,
pensando que yo no...

Y entonces empecé a correr alzando los brazos
como un ave,
entonces grité
entonces empecé
no sé si mañana o pasado
pero empecé
la revolución sensible
que pretende lo que la electricidad nos quitó.

martes, 28 de diciembre de 2010

El encanto y el espejo

I
El día se acercó y tomó con su mano
el asalto del ojo, la vivisección
del cuerpo en fuga
entre las cavernas de telas
que nada podían ocultar ya.

El día magnánimo
apretó ese medio mundo
ese medio instante
y alguien se ahogó en su sangre
atravesado por las ramas
que el sol había dorado.



II
Julián alzó su mano al techo
como en cada despertar
y los ángulos se rectificaron
y el orden regresó
humeante y solaz
por el pasillo donde el futuro
se hallaba escrito con una tiza irregular.

Ese día exacto
en que se miró al espejo
y el espejo se quebró,
Julián quedó cayendo
por cada trozo de vidrio
que quemaba el lugar
e intentó el refugio
en la tela de la fragilidad.

Nadie barrería esos trozos
que nunca más se dejarían atrapar.


III
La salida y la capa atascada en la puerta
hasta que tuvo que despedazarse
para que el día trajera la lluvia sin nubes
que corría a los lados de la calle.

"De los grises los rojos
y de los rojos los verdes"
clamó un cíclope en medio de la calle
parado sobre gente sangrante en el suelo.

Julián no alcanzaba a asimilar
la extensión y las líneas de la sangre
y los destrozos que encajaban perfectamente
como el decorado de ese sueño que una vez tuvo.

Sangre sobre el metal, sangre sobre el hormigón,
sangre sobre el plástico y brazos y piernas humillados por los árboles.


"rojo para el verde"
gritó el cíclope
en el extremo de la línea
que un brujo terminaba de dibujar
a los pies de Julián.


XIII
Los espejos
suelen ser frágiles;
si hallaras, oh Julián
aquello inquebrantable
no te mires ya,
porque no te encontrarás.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Canción para los días de la vida

La melodía ordenó el lugar;
desvió la luz, encendió un color
y me susurró un nombre
a tararear en la ventana que ondula
que se mece
en el vaivén de mi mirada.

Una melodía tomó el tiempo
y mis gestos
y mi ropa y mi amarillo
para endulzarse los oídos
con las imágenes blancas
que vibran secretamente
entre sus extremos de azúcar.

Una melodía me ató globos a la piel
y me elevó a la hora única
en que el rompecabezas se desarma
y armo un caleidoscopio
con los restos del día
quizás sí muy quizás.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Franjas de tiempo y espacio diluidas en cromo

I
Ya no teníamos copas
y solo teníamos agua.

Un gran pájaro azulado se quedó en donde una vez había una ventana.

El aire recordó la cortina de una vez
en que se sacudían los acordes de las voces
de una charla sin registros
de las mejores voces del mundo.

La mesa cayó bajo los años
y los relojes apilados sobre ella.

Las sillas perdieron el equilibrio
y solo nos quedan las posiciones extrañas
para contemplar la inexactitud de las esquinas.

¿Qué pasó en este tiempo, que fue lo que no oí?
Ya no puedo hablarte sin electricidad.

II
Las ropas las olvidó
y se fue así por el cromo de la calle
despertando las baldosas en las marcas de los pies.
Y podía ver entonces la sangre oculta de las cosas
¡Cuánta sangre!
¡Cuántos pies mezclándose sin sentido!
Se cruzaban, se chocaban,
en los vaivenes inciertos de ciegos
que decidieron olvidar las formas.
Y él no tenía ropa
y el que ahora veía.

III
No había hoja que resistiera su pluma;

quiso escribir un pájaro en el blanco
vacío y expectante. Y la palabra resbaló
y se fue calle abajo, desnuda en el cromo,
escapando bajo las frías luminarias del día.

La pluma desmayó su voz
y negó el concierto de aves
que aquel imaginaba. Y se fue en el cromo también.
Nada quedaba con él.

Aunque alguien encontró el pájaro
no supo bien que hacer con el
y el ave murió de sed.

IV
Un mar en el bolsillo
fue un peligro para el sentir sobre la otra piel.

Ella estaba oblicua en el sol
que desandaba faroles rotos
cuando el mar
y en el bolsillo el otro mar.

El muelle llovió a los dos.
Y el soltó el mar,
y la ropa estaba mojada y la ropa que había recuperado
ahora la volvía a perder así, le dijo ella
inundada como el.

Corrió ella a buscar alguna tela colgando de algún cable.
El quedó con la ropa húmeda, secándose bajo la lluvia.
Ella quiso volver
y no lo pudo encontrar.

V
Ebullición de cementos
diluviando la venganza de la mudez
cuando todos corren
cuando todos se aislan
del fuego incorrecto de las profecías.

¿Nadie nos avisó?
¿Nadie dijo que el gris es el color de la traición?
¿Nadie dijo que algo hay en aquel arco del cielo?

Ahora todos corren
perdiendo los colores
que después de tanto tiempo.

VI
El halló la explosión ardiendo en la mano
con la que tapó el sol
que le quemaba los ojos.

Ya su ropa no chorreaba
y había estado tanto, que el sol lo había apresado
atando su sombra al muelle que ya no tenía mar.

El agua se iba,
y nadie podía humedecerse los ojos
de ya que tan tarde era.

martes, 7 de diciembre de 2010

Aves

El lenguaje de las aves
me fue enseñado una mañana
en que el sol rayó un árbol;

comulgué las alas a los brazos
encinté mi pelo de aire
y anduve descalzo las piedras
que no tocaban mi piel
que me sostenían en el azul
cuando grité al amarillo
que estaba allí, esperando esta llegada
esta mañana, mi pie, mis brazos
y la voz
que en un principio todos sabíamos.

Brillos

Hay brillos que se caen de las cosas
en el ademán del viento,
en la canción del silencio;

subo la escalera de agua
alzo los cristales de tu voz
lanzo al viento
lo que dijiste a mi boca
cuando un brillo caía de un árbol
cuando notamos el sol dormido
sobre la hierba interminable de la infancia.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Tarde

Pliego la tarde
a un cartón irregular
y me mancho con su tinta
plena de pájaros adormecidos.

Guardo el pliegue en el bolsillo
lo escondo, lo trituro, lo bebo
soy impaciente
ninguna tarde se me va a escapar.

Cuando vengan
en los eones desolados, los hombres grises,
sacaré mi sangre de celestes y naranjas
y rojos y rosados
y otros más,
sacaré mi sangre para que vean
todo lo que guardo
de mis interminables ausencias.