martes, 28 de diciembre de 2010

El encanto y el espejo

I
El día se acercó y tomó con su mano
el asalto del ojo, la vivisección
del cuerpo en fuga
entre las cavernas de telas
que nada podían ocultar ya.

El día magnánimo
apretó ese medio mundo
ese medio instante
y alguien se ahogó en su sangre
atravesado por las ramas
que el sol había dorado.



II
Julián alzó su mano al techo
como en cada despertar
y los ángulos se rectificaron
y el orden regresó
humeante y solaz
por el pasillo donde el futuro
se hallaba escrito con una tiza irregular.

Ese día exacto
en que se miró al espejo
y el espejo se quebró,
Julián quedó cayendo
por cada trozo de vidrio
que quemaba el lugar
e intentó el refugio
en la tela de la fragilidad.

Nadie barrería esos trozos
que nunca más se dejarían atrapar.


III
La salida y la capa atascada en la puerta
hasta que tuvo que despedazarse
para que el día trajera la lluvia sin nubes
que corría a los lados de la calle.

"De los grises los rojos
y de los rojos los verdes"
clamó un cíclope en medio de la calle
parado sobre gente sangrante en el suelo.

Julián no alcanzaba a asimilar
la extensión y las líneas de la sangre
y los destrozos que encajaban perfectamente
como el decorado de ese sueño que una vez tuvo.

Sangre sobre el metal, sangre sobre el hormigón,
sangre sobre el plástico y brazos y piernas humillados por los árboles.


"rojo para el verde"
gritó el cíclope
en el extremo de la línea
que un brujo terminaba de dibujar
a los pies de Julián.


XIII
Los espejos
suelen ser frágiles;
si hallaras, oh Julián
aquello inquebrantable
no te mires ya,
porque no te encontrarás.

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