La melodía ordenó el lugar;
desvió la luz, encendió un color
y me susurró un nombre
a tararear en la ventana que ondula
que se mece
en el vaivén de mi mirada.
Una melodía tomó el tiempo
y mis gestos
y mi ropa y mi amarillo
para endulzarse los oídos
con las imágenes blancas
que vibran secretamente
entre sus extremos de azúcar.
Una melodía me ató globos a la piel
y me elevó a la hora única
en que el rompecabezas se desarma
y armo un caleidoscopio
con los restos del día
quizás sí muy quizás.
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