lunes, 9 de abril de 2012

Libélulas vagas

I

Lumínicas manos
tocan la noche,
las libélulas sobre los ojos;

lumínicas manos
se dejan el aire solar
más anciano del amarillo.

II
El sueño desnudo de la mañana huye
por entre las calles de interminables repeticiones,
los espejos caídos del otro mundo,
el único mundo de aquella vez.

Las sábanas abandonadas en la ventana,
la canción en el trigal imaginario;

retorcido viento soltando las ropas,
nubes indecisas que caen del no;

bocas en el silencio
de la palabra esperada.

III

La arena de mil formas
en tus pies inquietos.

El mar
espera
con su calidez de lluvia ida
y voces antiguas
de sol, de luna, de siempre,
la calidez
de la inquietud de la piel
con la sal en sus bordes
y la noche derramada.

IV
La puerta impredecible de la mañana
que no se termina nunca.

En medio del todo
en los bordes de la nada de los demás
un pie traspasa el aire,
nace una nube
y cae un halo de sol.

V

Un hilo de lluvia
atraviesa la ventana
y aún no llueve
y no piensa hacerlo
quizás nunca más.

El sol se queda aún
y le dijo a la noche que ya no,
ya nada importa,
que vaya a un quizás de por ahí,
que ya no,
no importa.

El hilo de lluvia cae último en la hora,
en la última historia de la tarde,
cae
sin sonido en el universo entero
una lluvia
mínima
una lluvia
que besa la noche
y al día que se queda.

VI

Libélulas vagas,
pájaros vacíos de luz;
es la noche,
la inmensa noche
de asir los silencios
amarrar las mudeces de delirios

las bocas que aman
los cuerpos que vibran
las manos que vuelan
entre los lazos rojos de la muerte sabida,
temida,
la muerte sin importancia
del caminar la distancia
y ver el paisaje

teniendo algo que decir
sin palabras
sin cuerpo

pura alma.

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