por la decadencia, por el pasto de la mente,
por el asiento del acompañante.
Repartía viejos sacos húmedos
donde decía habia guardado la lluvia
y saltó las cuerdas de las niñas,
para seguir el paseo profeta
a indulgencias con los simpáticos erróneos.
Relluvia,
como si ella no, como si no su pecera de engaño,
la pecera sin peces, de las lágrimas
o de la lluvia
que usaba para despintar los cuadros lindos.
Rellamaron los descosidos
que pies por la calle detrás,
que atascados a sus faroles de siempre,
que secos de sol y luz.
Tuvo el éxito, el desorden para su paso,
hilarante,
vendiendo lluvias
cuando ella tenía tantas
y tantas que solo guarda.
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