miércoles, 27 de octubre de 2010

Noir

Atravesé la ventana con todos sus cristales que me siguieron calle abajo.

Los neones me miraban, con los vidrios danzantes en mis círculos.

Un lobo aulló negro y sentí que era necesario prender un cigarro
y humear largamente, quizás hasta ahogarlos a todos.

Imaginé una gabardina larga que tocaba el suelo o quizás no quizás aún más,
la gabardina más larga del mundo que me dejaba atascado en esa ciudad para siempre.

No tenía arma, así que me la pinté en los dedos. Era el arma más imponente de todo el condado.

No había gente, así que la imaginé hecha de carne de vaca
y yo la desangraba a balazos.

No había humo, el cigarro nunca pudo ser encendido. Mi encendedor carecía de átomos.

No había ciudad, los átomos se habían ido, me habían traicionado.

No había nada,
ni siquiera mi mano pintada, ni mi reloj de alambres.

No había negro, sino ese color parduzco
de esas noches que se repiten en la misma viscosidad
del ahora mismo ya, en la electricidad que no existe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario